04 septiembre 2010

LA FORMA DE LA QUIETUD

Estoy así, porque me dejaste así. Y no puedo estar de otra manera. me habías dejado de tal forma que era imposible moverme. El aire me oprimía con todo su peso infinito. No me cansaba, pero me oprimía. Y después no sentía otro inconveniente. Ni estaba bien, ni estaba mal. Estaba de tal manera que podía resistir toda la vida.
La lluvia caía sobre mí. Y de mí brotaban esas plantitas que tanto me gustan. También me brotaba esa paciencia viva que tú me habías dejado al acomodarme. Luego el sol se disparaba sobre mí y me secaba hasta hacerme un desierto.
No sé qué era en verdad. Me sentía de todo tal, como también me sentía de nada tal, igual que esas cosas que aparecen en la vida, sin explicación y que alguien las encuentra y las manipula, y las olvida.
Las noches pasaban como un rumor de ríos. Se oía a la gente de todas las maneras. En los días que eran diferentes a los que te digo, otra luz que no conoces, venía a principiar esto que me he acostumbrado a llamar raíces de mi misma luz. Y a mí me gustaba. no crees ¿Verdad? Pero tenía gusto.
A veces creía que yo era el día y que la lluvia descendía a refrescarme como una piedad lo que el sol me resecaba.
Tenía la dicha de estar en tal quietud, y el tiempo se olvidaba un tiempo de mí. El tiempo que pasa por todo, menos por la quietud.
Esta vez he creido que tú, de alguna parte ruegas por mí, para que siempre esté así, y que después de tú, otro vendrá y me dejará de esta misma forma, lo que en otro espacio.