30 marzo 2013

El Cárcamo del Duende

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El sol reverbera en mi pecho. Núbiles doncellas acarician mis rugosas estrías, tapizadas de musgo verde; humedecen las palmas de sus manos recorriendo mi torso, mis brazos, mis axilas. Yo las miro hondamente a los ojos. Por la noche, cuando se duerman, estaré con ellas.
Al crepúsculo, me descolgaré de mi árbol madre. Ahí en el torrente, donde el agua truena y su caída produce espumarajos blancos, suelo bañarme desnudo.
Urdiré una estratagema para que una niña púber crea haberme sorprendido. Mi lacia cabellera cuidará de no hacer visible mi rostro, pero ella recordará -hasta el aliento postrero- mi vigoroso miembro viril, que tratará de encontrar infructuosamente entre los mortales.
Más tarde oirá mi reclamo: como de un niño desconsolado, o de un gato trepado en la fronda oscura de la vieja higuera.
 
Luis Flores Prado.