14 junio 2011

"Muriéndome por ahí"

Una entrevista entre Juan Rulfo y Jorge Luis Borges.



“Jorge Luis Borges visitó la Ciudad de México en 1973. Amable, accedió a todos los ‘impiadosos compromisos’ que, según sus palabras, ‘confundían a un modesto autor con un pésimo actor’. De la breve entrevista que sostuvo con el Licenciado Luis Echeverría se sabe poco. El extinto periodista colombiano Miguel Cantero le preguntó meses después por la impresión que le causó el mandatario. A lo cual Borges respondió: ‘Nunca me tomé en serio. Pero si ése es el presidente, prefiero no imaginar al gobierno’. A su llegada al país, el escritor argentino ‘pidió un favor’ a sus anfitriones. Quería hablar con Juan Rulfo. Le sugirieron entonces un desayuno. ‘Pido clemencia -respondió-. Prefiero los atardeceres. Las mañanas me derrotan. Ya no tengo el brío ni las fuerzas para entregar al día lo que se merece. Hoy el crepúsculo me sienta mejor. Sólo quiero conversar con mi amigo Rulfo’”.
“Rulfo: Maestro, soy yo, Rulfo. Que bueno que ya llegó. Usted sabe cómo lo estimamos y lo admiramos.

Borges: Finalmente, Rulfo. Ya no puedo ver un país, pero lo puedo escuchar. Y escucho tanta amabilidad. Ya había olvidado la verdadera dimensión de esta gran costumbre. Pero no me llame Borges y menos «maestro», dígame Jorge Luis.
Rulfo: Qué amable. Usted dígame entonces Juan.
Borges: Le voy a ser sincero. Me gusta más Juan que Jorge Luis, con sus cuatro letras tan breves y tan definitivas. La brevedad ha sido siempre una de mis predilecciones.
Rulfo: No, eso sí que no. Juan cualquiera, pero Jorge Luis, sólo Borges.
Borges: Usted tan atento como siempre. Dígame, ¿cómo ha estado últimamente?
Rulfo: ¿Yo? Pues muriéndome, muriéndome por ahí.
Borges: Entonces no le ha ido tan mal.
Rulfo: ¿Cómo así?
Borges: Imagínese, don Juan, lo desdichado que seríamos si fuéramos inmortales.
Rulfo: Sí, verdad. Después anda uno por ahí muerto haciendo como si estuviera uno vivo.
Borges: Le voy a confiar un secreto. Mi abuelo, el general, decía que no se llamaba Borges, que su nombre verdadero era otro, secreto. Sospechoso que se llamaba Pedro Páramo. Yo entonces soy una reedición de lo que usted escribió sobre los de Comala.”

11 junio 2011

Contra viento y marea

Manuel Mejía Vallejo
Jericó, 1923 – Medellín, 1999


Ocurrió cuando el pueblo apenas contaba una cercana fundación, todavía en los aires se tocaba un olor de robles y cedros y laureles aserrados, trochas a medio abrir, pantaneros, flores y lianas en los caminos cerrados. Nadie supo de dónde llegó el hombre, su oficio era un pasajero regreso a todos los sitios y de todas las cosas: un vecino lo llamó Viento por su manía ambulatoria, y Viento se quedó.
__ Te va a llevar el diablo.
__ Si es capaz de agarrarme__ Contestaba burlón, alta su estatura, alta su voz, alta su mirada insolente bajo unas cejas tupidas que parecían alas de ave rapaz, y levantaba una mano en despedida. Soga vaquera junto a la cabeza de la silla, pellón de lana bajo su nalga dura, al anca las alforjas y la chuspa del encauchado paramuno. También era atractivo el brío de su potro oscuro, el poderío de anca y cuello, el sudor espumoso en sus ijares, la manera de lanzar sus cuartos delanteros para el paso fino o el galope.
__Sentá juicio__ le reclamaban__. Dejá ese vicio de andar.
__Para qué__ respondía como si tuviera una respuesta, señalaba caminos contrarios__. ¿Para qué, si la vida es el gran viaje?
Y una objeción:
__El hombre viaja para venir al mundo y sigue viajando para salir de él.
Poco le importaba si era cierto, descartaba la seriedad de la otra vida:
__No desvelarse tanto, hay que rehuir el estruendo de los muertos.
Y ante protestas improvisadas:
__ ¡Cuál paz, si Ellos se oponen a que los vivos vivamos!
Se merecía el apodo, decían, pues de algún modo era experto en vientos: los que llegaban del Este por mirar otros veranos, los que subían del Sur y recostaban el yerbajerío contra el Norte y a los absurdos los convertían en varijones de una sola inclinación; los que venían de alto y llevaban y el nuberío al pueblo. Y muchos vientos lejanos de que no tenían noticias, con olor de algas y yodos marinos, sin contar otros más aptos para servir de brisa y llevar canciones.
__ Ese hombre sigue el son del viento, de todos los vientos__ agregaba el vecino__. ¡Cuidado si escoge un lugar!
Porque también era experto en poner el ojo a las jóvenes, que se iban sintiendo desnudas según les fijaba su mirada. Porque seguía sin hacer daños, no buscaba compromisos de largo alcance. Hasta que conoció a la que en sueños pertenecía a todos, nadie en el lugar dejó de sentirse invadido.
__ ¿Quién es? __Preguntó como al descuido, más que la mano la señaló su quijada, el pie izquierdo entre el estribo, el tronco ladeado para observar mejor__. ¿Quién?
El nombre y lo demás, con su andar María Múnera alegraba y sobresaltaba La Calle del Medio, ella misma y nadie más, nieta natural de uno de los fundadores, dicharachero él, rápido en el paso y en la frase, montador de fincas y de potros. “Y de hembras”, añadían con malicia al fondo.
__ Va a dar guerra esa niña, ¡ojo a su mirada!
__ De tal palo tal astilla.
__ Linda, pues.
María fue creciendo, el pueblo crecía, les interesaba más que el pueblo aunque mirarla trajera el reproche de las buenas costumbres, oteantes bajo ruanas y mantillas que el viento estrujaba acosador, como buscando calor en los cuerpos encogidos.
__ ¡Ya saben de quien es hija! __regañaban, hasta los mayores tenían su freno aunque la muchacha fuera la tentación cotidiana. Ella sabía de ese frenaje, desafiaba la censura:
__ ¡Ustedes! __nada más, y seguía llenando el camino con su desenvoltura, en ellos todos los silencios y todas las miradas: para los de cierta edad se hizo punto de referencia:
__ Cuando María tenía diez años…
__ María no había cumplido los quince, me parece…
Antes advertían una especie de voluptuosidad devota en sus movimientos, al mirarla caminar los hombres deseaban que siguiera virgen, la veían como a través de esa niebla que insinuaba su presencia y la hacía deseable y lejana.
__ No la toquen, se necesita en las afueras.
__ Está bien mirarla junto a los maizales y las cañabravas.
Cuando Viento llegó, María intentó descubrir una razón de ser completamente suya, dudó, retrocedió, empujó su edad llena de brío. Entonces extremó el modo de menearse y arrimar y erguirse sobre su cuerpo como quien acaba de ganar, una venganza contra el pueblo.
__ ¡Ojo al andar de María!
__ ¡Cuál María y cuál andar, es la Marea! __cambió alguien el nombre al verla llegar a la plaza, y los ojos duplicaban su fuerza y las manos de los hombres se arqueaban para medir una cintura y rodearle su fiebre, como a una guitarra.
__ Es una pícara __habló cualquiera de sus convalecientes__. Jugaba conmigo que ni un gato con una bolita de goma. __ Sacó punta a una astilla de bambú con su navaja cacha-de-venado, detuvo la punta en el aire__. Nadie le gana.
__ Conmigo también jugó __corroboraba un pecoso de ojo vivo__. Yo rodaba y rodaba en la yerba, ¡a escondernos si ella perdía!
Cuando iniciaba el paseo en el camellón era como si fuera entrando el oleaje: contra toda vocación de puerto, hizo un puerto de aquel sitio interiorano de tierra fría. Entonces reafirmó su entusiasmo el forastero, que ni forastero parecía según charlaba en plazas y cantinas y averiguaba lo del lugar. Le contaron que María Múnera era hija natural de una hija natural de otra, por herencia le vendría lo contento de su sangre.
__ Todo en ella lo sabe.
Subía y bajaba por los camellones, marea alta, marea baja, Marea… Y si a su avance lento añadían el del forastero en su potro, un rumor de acantilado invadía puertas y balcones y ventanas, llegaba a la plaza y a la iglesia, donde la voz del párroco echaba premoniciones como si también el oleaje se quebrara en sus muros de piedra.
__ ¡Nos amenaza el demonio!
Y ella y su paso, el jinete detrás, a su lado, empedrado adelante.
__ ¡Y qué, muchacha! __desafiaba él.
__ Aquí me ve __se reafirmaba sin detenerse, gente en las puertas de las cantinas, gente en las ventanas. Gente.
__ ¡Mírame, pues!
__ ¿Es que hay algo que mirar?

__ ¡Marea!
Y la voz de reojo, sólo para él:
__ Así me llaman por mal nombrada.
Sonaban los pasos, sonaban las miradas, sonaba la voz.
__ Haceme caso.
__Ni que fuera el que mandara.
Altanero el porte, bravo el andar, músculos exactos, hermosa a la luz de la neblina.
__ ¡Mira!
Coqueteos iniciales desde el caballo, de arriba abajo, piernas firmes sobre el piso, vaivén de la cadera, el aire del pueblo se volvía ardiente como si fuera puerto Caribe, hasta los vientos fríos calentaban, zumbadores en los postigos altos.
__ ¡Me dan ganas de matar a ese tipo!
__ ¿A quién?
__Al jinete del potro oscuro.
__ Viento lo llaman. Cuidado, pues.
__Me dan ganas de liquidarlo __volvió el resentido, en sus ojos el brillo de la puñaleta.
__ ¡Ha llegado el demonio! __reiteraba el sacerdote, Viento sonreía entre la niebla, algunos confirmaban que era el diablo, hasta un vaho infernal impregnaba su frase:
__ ¡No merecen el amor! __y en cualquier forma todos entendían su verdad. Que había amanecido de farra en el prostíbulo, dijeron. Marea lo supo y mordió un dedo índice, mordió su almohada, mordió el silencio, estuvo un día sin salir. Pero al siguiente su ira se disfrazó con blusa descotada y falda ceñida y cabellera al aire, ceñido también su caminado.
__ ¡Ya! __dijeron Viento y los pocos de habla desprevenida. Taconeo acompasado de ella, cascoteo lento del potro, unas campanas, dicha para oídos y labios. Se detenían, la sonrisa untaba la boca de sensualidad, aclaraba la luz del sol.
__ Me gustás, Marea.
Un tambor lejano, un ladrido de perro ausente, un clarinazo de gallo tras unas tapias, aleteada. Olor de frutas cercanas
__ ¡Marea!
__ ¿Gustar nada más? Porque otros… __y continuaba su meneo calle arriba, olorosa a jabón reciente y a toalla húmeda y a chorro de agua bajo tiras de sol.
__ Te quiero, pues.
Una expresión como de quien afirma: “Está mejor así”.
Todos sufrieron aquellos intervalos, rechazo a lo escuchado, a lo no escuchado, a lo oculto, a lo que traducían esas miradas que sonaban al encontrase en las calles afuereñas.
__ ¿No era pa´ vos?
__ ¡P´al diablo, digo!
Viento sería, señas furtivas, ojos en lenguaje cifrado, así creció el desafío, tardes y noches los vieron recorrer pastos aledaños, internarse en los montes, bañarse en el río con gozosa desnudes, lanzar sus júbilos al aire de nubes viajeras. Permanente el cielo sobre las alas.
__ Acá, Marea __invitaba él, y sus manos arropaban la plenitud de los senos, y las bocas detenían el mordisco en la fiebre de la tarde.
__ Noooo.
Si se había convertido en puerto, entonces que llegara el olor de sal y yodo y algas y pez y caracola, el olor hondo de sangre atajada, último jadeo, plenitud en la respiración.
__Tranquila, Marea.
Después la caña fermentada, pulpa de café, musgo y capote removido por pequeños animales de monte, silencio de ardillas quietas, de pájaros callados. Silencio.
__Se ve linda __decían al verla de regreso, fatigada, más lento y seguro el menear de su cadera.
__Están provocando, algo sucederá.
__ ¿Ya no sucedió? ¡Tantos rastrojos!
__ ¡Tantos cafetales!
La llamarada crecía.
__Si no se largan… __amenazó otra voz oscura, y la oscuridad de esa voz fue llenando el pueblo, dos dedos gruesos sobaron el brillo de un puñal, una mano tanteaba la cacha de un revólver.
__... ¡Los lincharemos!
El día de ferias arrimó él en su potro, olorosas a cuero nuevo sus zamarras, brillantes las botas cafés en los estribos, maciza la silla jineta, bien trenzadas las riendas con látigo sobrante, fuerte el cabezal con frontalera en piel de tigrillo.
__Tengo casa más allá de la cordillera.
Marea lo miraba y seguía avanzando incitante, suelto el cabello abundoso, suelto el vaivén de cadera joven más cerca del animal, ardidos los ojos amantes.
__ ¡Contra Viento y Marea! __azuzó el sacerdote, un Cristo desvalido en su mano derecha. La turba se fue acercando, tiró la falda el que más rabia y ganas le traía, volaron botones cuando otro le jaló su blusa, una bofetada de Marea lo hizo tambalear. El jinete se agachó, la rodeó su brazo izquierdo que ayudaba a subirla al anca. La turba le acabó de rasgar y arrebatar el traje, ella se volvió más desafío, sus brazos ya enlazados a la cintura del jinete.
__ ¡Cobardes! __apartó él con su látigo a quienes quisieron derribarlos. El caballo atropelló al que había agarrado las riendas, y sobre su cuerpo dio el primer brinco de salida, espumosos de brío los ijares, sonante el casco duro en piel y piedras.
__ ¡Se los llevará el diablo! __gritó el sacerdote, coreado por los rodeantes.
__ ¡A ustedes se los llevará Dios! __amenazó Viento, en giro su rostro contra el galope. Un olor de sexo joven fue dejando su rastro camino de los farallones, donde el infierno tenía una de sus cuevas de entrada.

(1990)

10 junio 2011

"Tata Mayo"

(Eleodoro Vargas Vicuña)

Aprendí a quererla por un real a la hija de la Lucen. Pablo Vásquez, mi único amigo, me enseñó. Cerrada la tarde, junto al río, en la chacra de don Alfonso Garrido.

Cuando estábamos orinando de impaciencia, en eso, llegó Sila.

Ya pues, de una vez - dijo.

- Aquí está - contestó Pablo, adelantándose.

- ¿Eso no más? - dijo Sila.

- Marcelo también te dará - agregó Pablo.

Yo le di rápidamente lo que tenía. Del pan de la tía Rosa, del amasijo; lo que tenía separado para comprar bolas.

Después nos quedamos lavándonos en el río. Más que lavarnos, yo a lo menos, me limpiaba una mancha que había cometido. Ella se fue sin voltear.

- ¡Perros! - la oí decir antes, pero no entendí nadita. Sería su modo de hablar. Su mirada con sonrisa.

Así las cosas durante el verano y el invierno, y durante otro verano. Nos acostumbramos de veras.

Ya no le daba plata, sino del pan que le robaba a mi tía. A veces le llevaba bollos de manteca. Comíamos juntos. Nadie más que yo la quería. (El Pablo andaba por las minas buscando trabajo). Cómo remojábamos los pies en el agua cuando venía a lavar. Nos habíamos acostumbrado, de tal modo, que nos hacíamos falta.

- Tú creerás que estoy viniendo - me decía habladora, como no queriendo; después se iba contenta.

Me gustaba Sila. Aunque a veces no me gustaba. Sino con los días. Parece que con el calor o con el aliento de los corrales, o con algo que me llegaba desde todas partes. Pero a todo esto, no sabía en qué pararían estos encuentros. No sabía.

Mi patrona conversaba con su primo:

- ¡Parece que ya está hombre! ¿Con quién será?

No me daba cuenta. (En la escuela decían los muchachos que solamente los papás eran hombres). Un día, entre una de sus bromas, le dijo mi patrón a su mujer:

- Para eso se tiene más disposición que para aprender a escribir.

- Como nosotros - dijo la vieja, con la cara que se le caía-. De tanto ir al puquio resultó el muchacho.

Me di cuenta por un momento, me olvidé después. Para asegurarme pregunté a Sila, qué quería decir ir al puquio y tener hijo.

- Como tú que vienes al río - me contestó.

- Pero ellos no iban al río - me acuerdo que le respondí muy seguro.

- En el puquio o en la punta del cerro. La cosa es cuando te subes - me dijo.

Me reí hasta hacerla caer de susto. Me había acordado descaradamente de un toro barroso que tenía esa costumbre. Cómo reiría comprendiendo. Luego con la calma del río me callé.

"Un hijo", pensé, como el que piensa en un torito.

Y los meses. Y las lluvias. Y por fin otro verano. De ese verano me acuerdo. Un día, antes de la tarde, en el recojo de chala, pasada la cosecha de maíz, Sila comenzó a hincharse. No, qué ha de ser. Ya estaría hinchada.

La miré largo rato, convenciéndome. Ella por no mirarme, seguía el vuelo de un gallinazo. Entonces, de una baja de ojos la observaba, como quien no ve. ¡Vergonzosa ella!

Desde allí muy de raro en raro nos encontrábamos. Ya ni llegaba. ¿Por qué sería? ¿Por qué me decían flojo?

Una vez volvió a lavar ropa a nuestro sitio.

- ¿Por eso no vienes? - le pregunté, señalándole la barriga con las cejas.

- ¿Por cuál eso? - dijo, negándome.

- ¡Nada! - dije asustado: pero no estaba asustado. Me sucedió como si me hubiese ido de ese lugar, y en otro sitio, más tarde o más temprano, río abajo la esperara a ella ya su hijo.

En adelante, solamente la veía pasar. (¿Por qué?) No quería verse conmigo. (¿Le dirían que no podía trabajar?). Y la aguaitaba de noche, cerca de su casa, detrás del camino del Shala Loma. De noche mirando estrellas o qué cosas.

Yo pensaba a veces "seré hombre"; tratando de saber cómo sería ser hombre. Mordía una hoja de arrayán amargo, se ocultaba la luna y ya estaba soñando con ella, en mi casa.

Los enterados, maliciosos, burlándose la señalaban:

- ¡Allá va Sila!

- jYaa! - decía yo, ocultando. Dudando si alguna vez habríamos conversado.

Ella parecía ir escondida, lejos de todos siendo el hazmemirar de los cuenteros. Era la mujer del tullido con hijo del tullido.

"Qué raro que estamos lejos, Sila", me decía a mí mismo como si fuera otro. Y era oscuro.

¡Cómo entender! Si cuando estábamos juntos no sabía cuál era mi cuerpo. ¿Cómo podía ella andar lejos de nosotros? ¿No decía siempre, tocándome la frente: "mi frente, mis ojos", mirándome con mis ojos?

Diciembre y los escolares se fueron. Estos muchachos de los caseríos, a sus rumbos legítimos de la tierra. Otros, los que pasaron de curso también, los aplicados.

Yo no pasé por faltón. Ni fui a ninguna parte. Me quedé solitario, remirando el río. Viéndolo irise muy seguro. Diciendo, pensando, repitiendo.

"Ellos pasan, avanzan. Yo me quedo". (Me sentía detenido en el mismo lugar, en la misma tarde de todos los tiempos, en mí mismo). Veía pasar las nubes, al ganado, a la gente muy fresca que recorría las calles. Y me decía: "Dondequiera vayan, no pasarán de allí. No irán más allá de donde están". Como si quisiera encadenar lo pasajero, lo andante, a mi espera confusa y atontada.

Es que la vida le llega a cada cual como es. Para mí sería quedarme junto al río, en la chacra de don Alfonso Garrido, preguntando; mientras la gente como si ganados los linderos del pueblo bailara más allá de Vilcabamba.

Y esto es lo que recuerdo, de una noche en que hablaron los viejos:

- La Sila está madura.

- No se sabe de quién es.

Yo quise hablar. Hablar no más ... Qué iba a decirles que era de mí. Tampoco podía llamarla para que les contara.

Otra noche, yo mismo fui mis patrones y yo:

"La Sila está preñada", me oí decir. "No se sabe quién será el padrillo", me dije burlándome de mi mismo.

"Cómo no se sabe" dije engrosando la voz. "Hasta los árboles lo saben".

- ¡ Calla muchacho! - gritaron desde adentro los viejos.

"Calla muchacho" les remedé remedándome. Como si una criatura estuviera junto a mí.

Una sonrisa dura mordí con los labios.

Digo que esperaba el hijo como se espera una cosecha. ¡Con una ilusión! Y preguntaba cuánto tiempo.

- El tiempo de las vacas - me decían.

Yo comparaba, contaba con los dedos, para estar más seguro. Y cuando menos esperaba, ya correteaba un ternero más en el pueblo. La Sila nada.

Preguntaba dudoso:

- ¿Como las vacas?

- ¡Claro. A los nueve meses!

"Cómo será", me repetía mirando los animales. "Desde el año que nos vivimos, ya han salido varios grupos de la escuela". La gente habla de lo que no sabía, como el maestro.

Una tarde, Sila vino a mí. No me pareció raro. A quién iba a buscar, sino a mí que era el hombre.

Llegó la mujer para contarme la muerte del muerto.

- ¡Se ha muerto! - le contesté -, ¿Cómo se ha muerto? - le dije sin comprender.

Me vino una nube negra a la cabeza. Comencé a caminar junto a ella y creo estas palabras escuché de mi boca:

"Ha muerto un hombre. Ha muerto un hombre sin haber nacido. (La lluvia interminable. Los árboles fríos).

No es él. No aparece. Entonces quién soy yo. Quién está llorosa. Fantasma que tenía en su seno a mi hijo, y hoy sólo palabras trae.

Se ha muerto, dice. Se ha muerto, habla. ¿Y dónde subirse, poder, para saber de qué se trata?

Esta mujer estaba conmigo años, haciéndolo, dándole nuestra sangre. Es decir, ¿¡para ahora Tata Mayo! construyendo un muerto?

Y no hay qué hacer. Que no hay consuelo en esta tierra. Que no se sabe nunca lo que nos sucede. Sólo que hay para sufrir; a veces sin comprender del todo".

Eso es lo que dije. Recordé el suelo que pisaba. Bueyes mugieron a la noche. Un rumor despertó desde lo hondo, cerca. Era el río que avanzaba con seguridad, avisando su viaje de Anciano imperturbable. Le tomé del brazo a la mujer tratando de consolarla. Me miró. Nos reconocimos como antes. Y una fuerza naciente, conocida por nosotros, me impulsó a decirle que escuchara.

- ¿Qué? - contestó sintiendo mi mano.

- El río - le dije.

- ¿Qué río? - dijo apretándose contra mí.

- El río, pues - repetí a su oído.

Como antes ella comenzó a sonreír. Como si mi rostro hubiera sido su rostro. Como antes.