11 junio 2011

Contra viento y marea

Manuel Mejía Vallejo
Jericó, 1923 – Medellín, 1999


Ocurrió cuando el pueblo apenas contaba una cercana fundación, todavía en los aires se tocaba un olor de robles y cedros y laureles aserrados, trochas a medio abrir, pantaneros, flores y lianas en los caminos cerrados. Nadie supo de dónde llegó el hombre, su oficio era un pasajero regreso a todos los sitios y de todas las cosas: un vecino lo llamó Viento por su manía ambulatoria, y Viento se quedó.
__ Te va a llevar el diablo.
__ Si es capaz de agarrarme__ Contestaba burlón, alta su estatura, alta su voz, alta su mirada insolente bajo unas cejas tupidas que parecían alas de ave rapaz, y levantaba una mano en despedida. Soga vaquera junto a la cabeza de la silla, pellón de lana bajo su nalga dura, al anca las alforjas y la chuspa del encauchado paramuno. También era atractivo el brío de su potro oscuro, el poderío de anca y cuello, el sudor espumoso en sus ijares, la manera de lanzar sus cuartos delanteros para el paso fino o el galope.
__Sentá juicio__ le reclamaban__. Dejá ese vicio de andar.
__Para qué__ respondía como si tuviera una respuesta, señalaba caminos contrarios__. ¿Para qué, si la vida es el gran viaje?
Y una objeción:
__El hombre viaja para venir al mundo y sigue viajando para salir de él.
Poco le importaba si era cierto, descartaba la seriedad de la otra vida:
__No desvelarse tanto, hay que rehuir el estruendo de los muertos.
Y ante protestas improvisadas:
__ ¡Cuál paz, si Ellos se oponen a que los vivos vivamos!
Se merecía el apodo, decían, pues de algún modo era experto en vientos: los que llegaban del Este por mirar otros veranos, los que subían del Sur y recostaban el yerbajerío contra el Norte y a los absurdos los convertían en varijones de una sola inclinación; los que venían de alto y llevaban y el nuberío al pueblo. Y muchos vientos lejanos de que no tenían noticias, con olor de algas y yodos marinos, sin contar otros más aptos para servir de brisa y llevar canciones.
__ Ese hombre sigue el son del viento, de todos los vientos__ agregaba el vecino__. ¡Cuidado si escoge un lugar!
Porque también era experto en poner el ojo a las jóvenes, que se iban sintiendo desnudas según les fijaba su mirada. Porque seguía sin hacer daños, no buscaba compromisos de largo alcance. Hasta que conoció a la que en sueños pertenecía a todos, nadie en el lugar dejó de sentirse invadido.
__ ¿Quién es? __Preguntó como al descuido, más que la mano la señaló su quijada, el pie izquierdo entre el estribo, el tronco ladeado para observar mejor__. ¿Quién?
El nombre y lo demás, con su andar María Múnera alegraba y sobresaltaba La Calle del Medio, ella misma y nadie más, nieta natural de uno de los fundadores, dicharachero él, rápido en el paso y en la frase, montador de fincas y de potros. “Y de hembras”, añadían con malicia al fondo.
__ Va a dar guerra esa niña, ¡ojo a su mirada!
__ De tal palo tal astilla.
__ Linda, pues.
María fue creciendo, el pueblo crecía, les interesaba más que el pueblo aunque mirarla trajera el reproche de las buenas costumbres, oteantes bajo ruanas y mantillas que el viento estrujaba acosador, como buscando calor en los cuerpos encogidos.
__ ¡Ya saben de quien es hija! __regañaban, hasta los mayores tenían su freno aunque la muchacha fuera la tentación cotidiana. Ella sabía de ese frenaje, desafiaba la censura:
__ ¡Ustedes! __nada más, y seguía llenando el camino con su desenvoltura, en ellos todos los silencios y todas las miradas: para los de cierta edad se hizo punto de referencia:
__ Cuando María tenía diez años…
__ María no había cumplido los quince, me parece…
Antes advertían una especie de voluptuosidad devota en sus movimientos, al mirarla caminar los hombres deseaban que siguiera virgen, la veían como a través de esa niebla que insinuaba su presencia y la hacía deseable y lejana.
__ No la toquen, se necesita en las afueras.
__ Está bien mirarla junto a los maizales y las cañabravas.
Cuando Viento llegó, María intentó descubrir una razón de ser completamente suya, dudó, retrocedió, empujó su edad llena de brío. Entonces extremó el modo de menearse y arrimar y erguirse sobre su cuerpo como quien acaba de ganar, una venganza contra el pueblo.
__ ¡Ojo al andar de María!
__ ¡Cuál María y cuál andar, es la Marea! __cambió alguien el nombre al verla llegar a la plaza, y los ojos duplicaban su fuerza y las manos de los hombres se arqueaban para medir una cintura y rodearle su fiebre, como a una guitarra.
__ Es una pícara __habló cualquiera de sus convalecientes__. Jugaba conmigo que ni un gato con una bolita de goma. __ Sacó punta a una astilla de bambú con su navaja cacha-de-venado, detuvo la punta en el aire__. Nadie le gana.
__ Conmigo también jugó __corroboraba un pecoso de ojo vivo__. Yo rodaba y rodaba en la yerba, ¡a escondernos si ella perdía!
Cuando iniciaba el paseo en el camellón era como si fuera entrando el oleaje: contra toda vocación de puerto, hizo un puerto de aquel sitio interiorano de tierra fría. Entonces reafirmó su entusiasmo el forastero, que ni forastero parecía según charlaba en plazas y cantinas y averiguaba lo del lugar. Le contaron que María Múnera era hija natural de una hija natural de otra, por herencia le vendría lo contento de su sangre.
__ Todo en ella lo sabe.
Subía y bajaba por los camellones, marea alta, marea baja, Marea… Y si a su avance lento añadían el del forastero en su potro, un rumor de acantilado invadía puertas y balcones y ventanas, llegaba a la plaza y a la iglesia, donde la voz del párroco echaba premoniciones como si también el oleaje se quebrara en sus muros de piedra.
__ ¡Nos amenaza el demonio!
Y ella y su paso, el jinete detrás, a su lado, empedrado adelante.
__ ¡Y qué, muchacha! __desafiaba él.
__ Aquí me ve __se reafirmaba sin detenerse, gente en las puertas de las cantinas, gente en las ventanas. Gente.
__ ¡Mírame, pues!
__ ¿Es que hay algo que mirar?

__ ¡Marea!
Y la voz de reojo, sólo para él:
__ Así me llaman por mal nombrada.
Sonaban los pasos, sonaban las miradas, sonaba la voz.
__ Haceme caso.
__Ni que fuera el que mandara.
Altanero el porte, bravo el andar, músculos exactos, hermosa a la luz de la neblina.
__ ¡Mira!
Coqueteos iniciales desde el caballo, de arriba abajo, piernas firmes sobre el piso, vaivén de la cadera, el aire del pueblo se volvía ardiente como si fuera puerto Caribe, hasta los vientos fríos calentaban, zumbadores en los postigos altos.
__ ¡Me dan ganas de matar a ese tipo!
__ ¿A quién?
__Al jinete del potro oscuro.
__ Viento lo llaman. Cuidado, pues.
__Me dan ganas de liquidarlo __volvió el resentido, en sus ojos el brillo de la puñaleta.
__ ¡Ha llegado el demonio! __reiteraba el sacerdote, Viento sonreía entre la niebla, algunos confirmaban que era el diablo, hasta un vaho infernal impregnaba su frase:
__ ¡No merecen el amor! __y en cualquier forma todos entendían su verdad. Que había amanecido de farra en el prostíbulo, dijeron. Marea lo supo y mordió un dedo índice, mordió su almohada, mordió el silencio, estuvo un día sin salir. Pero al siguiente su ira se disfrazó con blusa descotada y falda ceñida y cabellera al aire, ceñido también su caminado.
__ ¡Ya! __dijeron Viento y los pocos de habla desprevenida. Taconeo acompasado de ella, cascoteo lento del potro, unas campanas, dicha para oídos y labios. Se detenían, la sonrisa untaba la boca de sensualidad, aclaraba la luz del sol.
__ Me gustás, Marea.
Un tambor lejano, un ladrido de perro ausente, un clarinazo de gallo tras unas tapias, aleteada. Olor de frutas cercanas
__ ¡Marea!
__ ¿Gustar nada más? Porque otros… __y continuaba su meneo calle arriba, olorosa a jabón reciente y a toalla húmeda y a chorro de agua bajo tiras de sol.
__ Te quiero, pues.
Una expresión como de quien afirma: “Está mejor así”.
Todos sufrieron aquellos intervalos, rechazo a lo escuchado, a lo no escuchado, a lo oculto, a lo que traducían esas miradas que sonaban al encontrase en las calles afuereñas.
__ ¿No era pa´ vos?
__ ¡P´al diablo, digo!
Viento sería, señas furtivas, ojos en lenguaje cifrado, así creció el desafío, tardes y noches los vieron recorrer pastos aledaños, internarse en los montes, bañarse en el río con gozosa desnudes, lanzar sus júbilos al aire de nubes viajeras. Permanente el cielo sobre las alas.
__ Acá, Marea __invitaba él, y sus manos arropaban la plenitud de los senos, y las bocas detenían el mordisco en la fiebre de la tarde.
__ Noooo.
Si se había convertido en puerto, entonces que llegara el olor de sal y yodo y algas y pez y caracola, el olor hondo de sangre atajada, último jadeo, plenitud en la respiración.
__Tranquila, Marea.
Después la caña fermentada, pulpa de café, musgo y capote removido por pequeños animales de monte, silencio de ardillas quietas, de pájaros callados. Silencio.
__Se ve linda __decían al verla de regreso, fatigada, más lento y seguro el menear de su cadera.
__Están provocando, algo sucederá.
__ ¿Ya no sucedió? ¡Tantos rastrojos!
__ ¡Tantos cafetales!
La llamarada crecía.
__Si no se largan… __amenazó otra voz oscura, y la oscuridad de esa voz fue llenando el pueblo, dos dedos gruesos sobaron el brillo de un puñal, una mano tanteaba la cacha de un revólver.
__... ¡Los lincharemos!
El día de ferias arrimó él en su potro, olorosas a cuero nuevo sus zamarras, brillantes las botas cafés en los estribos, maciza la silla jineta, bien trenzadas las riendas con látigo sobrante, fuerte el cabezal con frontalera en piel de tigrillo.
__Tengo casa más allá de la cordillera.
Marea lo miraba y seguía avanzando incitante, suelto el cabello abundoso, suelto el vaivén de cadera joven más cerca del animal, ardidos los ojos amantes.
__ ¡Contra Viento y Marea! __azuzó el sacerdote, un Cristo desvalido en su mano derecha. La turba se fue acercando, tiró la falda el que más rabia y ganas le traía, volaron botones cuando otro le jaló su blusa, una bofetada de Marea lo hizo tambalear. El jinete se agachó, la rodeó su brazo izquierdo que ayudaba a subirla al anca. La turba le acabó de rasgar y arrebatar el traje, ella se volvió más desafío, sus brazos ya enlazados a la cintura del jinete.
__ ¡Cobardes! __apartó él con su látigo a quienes quisieron derribarlos. El caballo atropelló al que había agarrado las riendas, y sobre su cuerpo dio el primer brinco de salida, espumosos de brío los ijares, sonante el casco duro en piel y piedras.
__ ¡Se los llevará el diablo! __gritó el sacerdote, coreado por los rodeantes.
__ ¡A ustedes se los llevará Dios! __amenazó Viento, en giro su rostro contra el galope. Un olor de sexo joven fue dejando su rastro camino de los farallones, donde el infierno tenía una de sus cuevas de entrada.

(1990)

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