Afuera el danzar ahuecado de pasos interrumpe el silencio.
Alguien camina y avanza. Camina y avanza, apurado, como descorriéndose de la propia vida. El sonido del avanzar se ha equilibrado. Yo espero, espero con paciencia que alguien asome a la puerta. Pero nunca asoma.
Por el agujero de la puerta se ve muy lejos un cielo enrojecido. Palpita un lucero anunciando la tarde __ ¿tarde? ¿Qué tiempo es este?__ No hay nadie a quien preguntar por la hora.
Uno se encuentra soledosamente desorientado.
Duermo. Duermo largamente. No se desde que tiempo.
A lo mejor estoy despierto y a punto de dormir cuando surgen esas cosas, para mantenerme despierto como en la eternidad.
Este debe ser un amanecer…
Pero los pasos avanzan y avanzan y nunca llegan. Hasta parece que se han quedado en una sola distancia, sin acercarse ni alejarse.
El caer de unas gotas grandes, dispares, de una lluvia que se ha presentado lenta como si nunca fuera a terminar, aleja el sonido de los pasos. Y se vuelve a ver por la rendija de la puerta que, allá el cielo sigue ardiendo en ese rojo eucarístico. Y no es posible que esas gotas gruesas estén cayendo afuera, multiplicándose, golpeando fuerte el techo, como si fueran de plomo.
Y de más lejos, todavía de mucho más lejos, de un fondo tragado por el olvido, el ladrar de unos perros aumenta y se calla, aumenta y se prolonga hasta parecer muy cerca, untado a estas paredes.
Debo de estar despierto.
Voy a desentenderme de esas cosas.
…
El grito de alguien ha vuelto a despertarme __ ¿despertarme?__ Pero quien sabe si estoy durmiendo. A lo mejor ese grito no es un grito __y yo no estoy durmiendo__ sino solo un pensar que entra por las paredes de mis oídos hasta impregnarse en el interior de mi cráneo.
Pero yo siento y veo y vuelvo a sentir y a ver, solo el cielo enrojecido.
De pronto, otra vez el grito, estirándose, ahora repetido como si se hubieran juntado varias bocas para lanzarlo.
No hay duda, alguien llama pronunciando un nombre que avanza lento en el aire, como si el aire estuviera lleno de algún espesor. Muevo la cabeza tratando de distraerme. Nada. Todo se prolonga, interminable. Y esa voz, por su acento, parece que viniera desde ya hace mucho tiempo y que llegara cansada por la distancia.
Debo de estar ya mucho tiempo aquí. Esa voz debe tener más tiempo que yo.
Ha vuelto a llamar. Pero quien puede ser. A lo mejor alguien que me conoce está llamándome, incansable. Pero no me acuerdo de conocer a alguien. A nadie. Tal vez habré sido yo que, de tanto estar solo proferí ese nombre que se quedó pegado en algún sitio y ahora empieza a despegarse, rebotándome.
Si, así es, ya me acuerdo que me había olvidado.
Y otra vez por la puerta, el mismo cielo rojo con su lucero amarillo, palpitando.
Quiero hacer memoria. Nada. Solo ese blancor y más allá, solo el aire otra vez vacío.
Ha surgido del fondo de abajo como una conversación larga, allanada. No logra atravesar la puerta. Solo un sonido gutural que viene a morir muy cerca de aquí.
Se ha acompasado el sonido del avanzar a un ritmo que ya no se escucha que avanza, sino que se aleja. Si, es evidente el sonido de los pasos ya no avanza, sino se aleja de tal manera que se pierde en una lejanía que se va pegando allá, en el fondo de las agujas de un reloj.
Y se me viene a cuenta el tiempo. Un vacío frío del mucho retroceder al parejo de ese reloj interminable que hace su trac-trac-trac… como si fueran cientos de relojes. Llenando todo el tiempo.
Esos pájaros que creen que me atormentan. Pero no, me siento alegre el oírlos. Lo que si me atormenta es el trac-trac-trac… de esos muchos relojes.
Ahora, otra vez que estaba olvidándome, ha regresado ese ruido del ladrar de perros. Es un ladrar lúgubre. Por su hondor lo intuyo que viene de muy lejos.
Pero voy a desentenderme.
Y el agua baja, baja y va. Después sube y sube y va de mi mismo. No, de ningún modo puede ser de mi mismo. Y el agua baja, baja y va y sube. Yo pienso que debo de estar mojado, pero no. Debe ser mi sangre que rebulle. No, mi sangre debe de estar seca ya por el mucho tiempo. No, no puede ser mi sangre. No es posible que mi sangre haga esas maniobras. Entonces que puede ser.
…
Ahora si, todo se sucede para dejarme sereno, acostumbrado.
El ladrar de los perros más allá de las interminables lejanías, cesa. Caen con menos peso las gotas. Un batir de alas se aleja en el aire quitándome el gusto. El sonido de los pasos se prolonga en el trac-trac-trac de las agujas del reloj. La conversación se ha callado. El silencio interrumpe toda esta vastedad que sale de mí.
El lucero ha desaparecido. El cielo sigue rojo, calcinándose.
¿Es la última luz de la tarde?
¿La primera luz del amanecer?
Pero los pasos si avanzan, avanzan.
Alguien abre la puerta.
Lima, 18 de enero de 2009.
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