Manuel Mejía Vallejo.
Cada noche pensaba un fragmento de su muerte futura. Al amanecer unía los fragmentos de sueño y reflexión, decaía su afán desorientado.
—Esta noche no soñaré —se dijo, pero el pensar que no soñaría con un pedazo de muerte lo hizo pensar en su muerte, y en la noche soñó otra pesadilla sobre lo que había pensado; al día siguiente pensó en su sueño, y ya no pudo detenerse el círculo.
Si con vigilias forzadas intentaba sustraerse al sueño, no podía repeler la idea de temor y muerte que intentaba expulsar. Así el cansancio se fue haciendo más visible: días y noches en vela impedían saber si soñaba que no quería soñar, si pensaba que no debía soñar, si soñaba y pensaba en morir, si moría por pensar que no debía pensar en el sueño ni en la muerte. Sólo cuando lo hallamos totalmente inmóvil —casi eterno— entendimos cómo el despertar era otro regreso de la pesadilla.
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