29 octubre 2009

AL REGRESO



Una luz en chugay, plantada en el aire, casi al ras del suelo. Silencio. Verano con sereno desbordándose del amanecer. Otra vez la luz.
Una voz nace del silencio, como un clamor:

__Esto es lo que me sucedió: Cuando esperaba que alguien aparezca en el camino. El aire frío de ésos aires que nunca había sentido. Puro aire de presentimiento.
__Ahora así es José Escobedo. Ya no es como antes, yo que he ido todo el tiempo para allá, soy testigo.


...en esos ratos que el esperar parece que se prende a la eternidad, apagando todos los siseos.
Tenía las ganas así de grandes de encontrar todo, tal como lo había dejado hace 15 años. Al menos eso tenía en la cabeza hasta ese entonces, revoloteándome. Nunca antes había tenido tantas ansias de llegar.
Solo a ti te encontré Pablo Escobedo, gastado por los años, hermano, sin ni siquiera haberte reconocido.

Y el pueblo muerto, en ruinas.


__Perdón señor, ¿qué hora es?__ dije a ese hombre que resultaste ser tú.
__Las tres y media joven.
__¿Cuánto faltará para llegar?
__El doble de las horas que hemos corrido desde allá, de donde le encontré a usted. Si vamos como vamos.
__A ya__. Y no dije nada más.
Luego sólo el sonido de los pasos de los caballos, subiendo por esos caminos.

La casa derruyéndose. Es cierto Pablo Escobedo que las casas envejecen cuando las dejan de habitar. Se van acabando, quizá de una manera más triste que todas las cosas.

__Se fueron detrás de ti. Se supo muy poco de uno, casi nada. De los otros, no se supo__ me dijiste cuando te pregunté por ellos.

Pero antes, llegando, cuando todos los que salían a mirarnos, desaparecieron como sombras en el hondo de sus casas, me animé a preguntarte, porque comencé a sentir que nos unía el hilo de la familia.
Y me dijiste: “ahora así es acá. Yo soy testigo”.

Y más después, en el largo rato de nuestro quehacer asilenciado, la voz de la madre se desprendió de allá, de la punta de donde empezaba mi edad de despedida, con el cantar de los gallos: “regresaras hijo?”... y se prendió en mi cabeza, golpeándome. Su voz que he llevado siempre, como un peso aquí en el fondo de mi corazón, corriendo por mi ser, como la propia sangre.
Las voces también pesan Pablo Escobedo, yo sé.


__Por si, ¿no conoce a una señora llamada Juana Escobedo?
__¿Del Puquio? Un poco más allá de la plaza.
__Si señor, de ahí mismo, del Puquio.
__¿Su familiar?
__Si, su hijo, señor.
__¿José Escobedo?__ me dijiste sorprendido.
__Así es señor.
__Yo soy pablo Escobedo, también hijo de ella...

...

... se fueron detrás de ti. De uno se supo a los tiempos, por boca de un hombre que, vino de tan lejos a dar el aviso que, se había muerto en un pueblo llamado “Illanlla”.
De los otros no se supo. Cogieron rumbos diferentes. Se fueron yendo uno por uno. Eso fue después que terminó todo ese alboroto acá en el pueblo, cuando casi todos terminaron por irse.

Y es que el olvido termina por acabar las cosas. acá las acabó más de la cuenta. Ese olvido que se asienta rápido por donde deja de acudir el hombre.

...En el tiempo en que se fue quedando sola la madre, la vida fue apartándola al lado de la lentitud del sufrimiento, que hace más duro el vivir. Se le fueron acabando las fuerzas de ver irse a sus hijos. Ya no las tuvo suficientes para esperar. Daba pena verle en ese desconsuelo. Viviendo, desviviéndose por los hijos que no hubo cuando regresen... “siempre esperaba que alguien al menos asome un día a decirle: Juana Escobedo, te traigo noticias de tus hijos… Ni eso siquiera.”... y así vio encadenarse los días con todo el olvido que se puede sentir en ese esperar. Cuando llegaba algún conocido al pueblo, parecía que le volvían los ánimos, viendo que era silencio para ella, sufría más.
Un hijo no puede cubrir el vacío que otro ha dejado. Eso me sucedió a mí. No fui suficiente hermano, para llenar el vacío de todos ustedes.

__Me demoré mucho en volver.


Ya clareando, se distingue a dos hombres, en el corral de una casa en ruinas. Se han callado. La luz se ha apagado. El silencio esculpe frio, silencio.

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