29 octubre 2009

UN CUENTO




Las manos arriba Cristóbal. Es lo último que puedes hacer. Tus brazos sostenlos fuertes en el aire y en la espera; como lo hacías en los días de agosto; en las trillas, sujetando las sogas de los caballos. Ten valor, no los dejes caer, quizá así te puedan ver los que no te ven. Porque de otro modo ya no hay como. Recuerda que hace instantes tus gritos ya no han dado más allá del filo de la salvación. Y tú, que habías pensado en que podían perforar las marañas del silencio y llegar a donde pensabas. Pero no fue así. Ahora solo te quedan las señas con tus brazos. Esa es la última esperanza que puedes tener.

Eres el único que sabe de lo sucedido. (A los otros los llevaron). Has un esfuerzo en salir al camino. Yo te ayudo con el ánimo. Si vienen por allí, te encontrarán y los pondrás en lo cierto. Les dirás lo que tienes que decir: La verdad.

Mira. Arriba no saben que hacer.

Se oyen los gritos, llegan opacos como un alarido amasado en el aire, como el sonido de un golpe de tapial, llevado muchas distancias por el viento y traído casi cerrándose en la pared de la mañana, por lo distantes que están.

De más arriba han bajado los de “san Juan”. Aparecieron con la primera luz del día. Con ojos empañados los veías bajar. Tú, entre mis brazos, tendido en el suelo, quejándote. Yo todavía agarrando tu vida en la segunda luz. Tapando tu luz para que no se te salga del cuerpo.

También han bajado los del lado de “la soledad”. Han hecho un grupo numeroso. Tú no los has visto bajar, porque te diste vuelta a mirar ese lado blanco que no sabes que es, y que lo sigues viendo cada vez más cerca.

Si vienen, les dirás que de arriba del pueblo te bajaron a rastras, sin compasión. Los que te arrastraron jalaron por aquí, por estos empedrados. Tomaron estos caminos. Los otros se dividieron por otras partes, para despistar.
Por casualidad rodaste por esta ladera. Y has quedado así como estás. Te dejaron porque iban apurados, huyendo. Y por el miedo de ser alcanzados. Por eso te dejaron aquí.


Hace rato, parecía que venían varios hombres por esta dirección, pero alguien bajó a la carrera y los detuvo. Se han regresado. Seguro están acordando algo. Ojala que así sea, Cristóbal, para tu salvación.

Vendrán Cristóbal, ten paciencia para esperar.
Les dirás que vayan preparados, que yendo así, calculando, los alcanzaran por las encajonadas de “el espino”. De esos lugares no podrán escapar, porque llevan el peso de la maldad; esa es una carga que no pueden soltarla. No han de ir tan rápido. Ese peso los haiga comenzado a cansar desde que te dejaron así. Ya no han de poder con su andar.
Los de “san Juan” son ligeros por esos caminos. les será fácil alcanzarlos. Solo falta eso, que bajen y que los conciertes.


Di algo siquiera. Contéstame. No calles así; no te quedes de esa manera que a mi me da tristeza. Recuerda que yo no tengo tu voz para llamarlos. Apenas tengo valor para sostenerte así como te estoy sosteniendo en estos instantes.
Mírame, ¿no me tienes lástima? ¿a dónde iré sin ti? No tendré ganas de volver por donde has ido.


Lástima que te quedes así Cristóbal, en esa extraña manera de dormir. Sin decir nada.


Arriba, en el escampado del pueblo, en la pampa amarilla, la gente seguía aumentando, desconcertada por la desaparición. Buscando las huellas.

Los gritos llegaban casi apagados por el aire caliente. Quizá más cerca.

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