29 octubre 2009

EL OLVIDADO



_Son los tiempos, señor.
Juan Rulfo.




Yo estoy olvidado aquí. De ese olvido que se parece a la muerte.

__¿Ves? Este mismo día reseco se repite todos los días.
Después abruptamente se enrevesa el tiempo, en la noche __yo lo noto__, y amanece un color triste en el aire. Se llena de una neblina gris que asoma por el lado de “cerro negro”, y se asienta por todas las partes del pueblo. La mayor parte de la tierra reseca se colma de esa vida minúscula que trae la humedad. Vienen las lloviznas y están interminables, días enteros.

A mí me mata el frío en esos días. Me estoy encerrado; oyendo esas voces que salen no sé de donde. Luego me acuerdo que son los rumores de los que estuvieron aquí hace años. Esos rumores que han quedado en alguna parte del pueblo, y que vienen exhalando por una rayita de las ranuras del tiempo, rebullendo hasta hoy. El silencio los trae. Y me da miedo salir, y encontrarme con el silencio.
Afuera se oyen pasar pisadas como de caballos. Se oyen hundir las pisadas en los charcos del barro.
Cuando la llovizna se levanta, con sus colores opacos, yo salgo.


“Me acuerdo del tiempo de allá. El maíz se hacía amarillo. Venía el viento y las hojas resonaban como el último sonido de esas piedritas azules que tirábamos contra las piedras grandes del río”...


Cada tiempo, alguien se va. Yo no sé porqué rumbos se irán.
Esta vez me fui yo, porque no alcanzaron las fuerzas para soportar lo que soporto. El olvido. Tuve que regresarme porque según vi, el camino era muy largo. Siempre las planicies, y los cerros, y las travesías y ese color rojo que nunca me soltaba, hasta el regreso, y el silencio infinito que es lo que mas se siente en el camino, como algo vivo que te está mirando siempre, y no deja de mirarte nunca. Pero nadie se dio cuenta que me fui, y que regresé.

Y ahora que estoy más olvidado, de ésta parte que nadie logra verme; me gusta ver que juegan los niños en la última luz de la tarde. Y que sus gritos del juego interrumpen la soledad pesada que cae en el pueblo. A mí me entran las ganas de jugar, pero no tengo con quien.
A esa hora que parece que el pueblo se absorbiera toda la luz de la tarde. Cuando me olvido que soy yo, pienso que puedo salir de este olvido que se ha llenado en mí. Luego viene la noche y se oye el ladrar de los perros en el centro del silencio. Se me quitan las esperanzas. Y estoy mirando largas horas el lucero de la noche que parpadea en el fondo del cielo, hasta que venga el sueño.

A los tantos tiempos se asomó por acá por donde estoy, Pedro. A mi me sorprendió.
__Qué haces allí Juan, en ese sitio excusado. Hablando solo?.
Te diré que me causó susto, porque ya me había acostumbrado a vivir como vivo, sin hablar a nadie.
Y es que yo prefiero hablar para acompañarme. Para no sentirme tan solo.
Al ver que me había quedado mudo del susto, se fue.


Debe de haber algún lugar más allá, a donde irme. Aunque sea en el confín de alguna parte. Cuando pasan los pájaros por el cielo enrojecido del crepúsculo, empujados por el mirar de la tarde, pienso en eso, en irme.
Y en cuanto desaparecen por la lejanía de los horizontes, termino pensando que debe ser igual en algún otro lugar. Y me acuerdo de las travesías, del camino, y ya no me dan ganas de irme.


...“En la planicie, después del viento, el silencio se empareja. Me gusta quebrar las cañas y me siento a chupar el zumo en la cabecera de la chacra. Se sigue oyendo el sonido de las hojas del maíz. Y me gusta ver como se deshace la luz, allá, en la planicie”...


Por las noches llega el viento de algún lugar y golpea fuerte las paredes de la casa.
Yo me quedo sin sueño, oyendo aquellos golpes. No digo nada. Ya cerca al amanecer cuando el viento deja de rasguñar las paredes y se alza, haciendo crujir el techo, se oye el sonido de mi respiración, como de una persona que no fuera yo; y el pasar de mi saliva se parece al agüita que corre rápido haciendo sonido por la acequia del lado de la casa. Pero yo sigo quieto, sin moverme, no vaya a ser que la noche sienta que me muevo y dé aviso al viento, y vuelva, como ha hecho varias veces. Por eso me estoy quieto, hasta que esté muy lejos, cruzando el amanecer, por otros sitios.


...“Mis ojos la miraron a través del cuadro de la tarde, largo rato.
__¿Por qué estas callada?.
__No. Estoy como siempre. Recuerda que así me pongo cuando vienen los que siempre vienen.
Tienes que irte ya. Allá tienes mucho que hacer.
__Si.
Luego caía un silencio en sus labios. Y ella era la que se iba
primero. Daba un paso, luego otro y se iba alejando por el cuadro de la tarde”...

__...“Y una vez me alejé yo, para siempre por el cuadro de la tarde”...



Y es también por esa época que aparecieron hombres, venidos de mas allá de esas interminables distancias, de alguna parte, con cosas que hacían temblar al pueblo. Yo creo que el viento y la noche se pusieron de acuerdo para traerlos. Y así aparecieron aquí, paridos de la noche y del viento. Hubo movimientos en esos días, ruidos, apuros. Se las dieron por romper “cerro negro”. Y lo dejaron como está, en ruinas. Uno no entendía nada de esas extrañezas. Se oyó hablar mucho de dinero. De minerales.

Después de tiempos se fueron. Dejaron todo como ves, empobrecido.

Y quedó este otro olvido que se parece a mi olvido.

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