27 diciembre 2009

"Hebràstico Albòreo"

Hebràstico albòreo.
Mirada de enfrente...palpadora.

¿què te mira el perfil?
¿què te mira el occidente de
siete mil sesenta y cinco dìas?

Al costado flòrea dueta,
a dos viene espejada.
Al otro costado,
lo que està palpàreo, pasa a quedar
eònica eterna pureza.

Lo que se va percibiendo.
Clìpteo restante.
De lo que se vuelve. Diàstrido
entero. Obyecto.

Palpantes de amarillos a resplandores,
de resplandores a blancos.
Dilatàndose. Delatàndose.

Estase vertido sòlo por detràs
la ausencia ausenciada
que vase vertiendo por enfrente.
Pàg. 31 "Dìas de Ausencia"

12 diciembre 2009

"Del hombre que te bailaba yaravìes"

de Miguelàngel Zambrano (San Yon - un pueblo extinto).

Dijiste que en el sueño

y apena tu sangre en las sangres,
un brazo entre los brazos de la fosa.
Tu blancura cristiana
iluminando los hùmeros judìos.

Dijiste en el sueño
y no habìa el viejo mar
ni su estirada madera trepando
las canillas de los barcos;
ni los andenes, sus cultivos de algodòn,
ni sus florecidos pañuelos.

Dijiste sueña,
y sòlo el agua ensangrentada
por el crepùsculo.

Tus cabellos aumentados
por las algas.







Èl tiende su mano y no hay manija
ni puerta ni casa,
ni siquiera un seno
y vuelven sus dedos y buscan
y no hay seno ni mujer,
ni siquiera un caballo, una crin
descansando del viento, ni viento
ni oscuridad y tampoco luz.

Levanta un dedo para reconocer su mano
y la mano al final de su brazo
es una leve cortina de sombra
y el brazo donde termina el hombro
una suave luz de nada
y màs de èl mismo:
su cara, sus ojos,
nada.

Da un paso en el vacìo
pero el piso no està bajo sus pies
y sus pies, tampoco.


*OBRAS:
-NARCOSIS
-AY QUÈ VIDA TAN OSCURA
-LA CIUDAD DE QUERERTE TANTO
-MAÑANA VOY A BARCELONA A SUICIDARME
-A MI PRIMER BURDEL LE PONDRÈ TU NOMBRE
-KAMIKAZE BLUES
-LA FRANCISCA QUE SE HUNDE
ENTRE OTROS. Todos impublicados nos dice. Escribe y escribe, no como una profesiòn sino como una vocaciòn de infelicidad.

29 noviembre 2009

EL DIA OCHO MIL TREINTA...

El dìa ocho mil treinta que me diste la mano, volvì a pastar mi rebaño, lejos ya de todos. A tocar mi juguete: lùdico cancionar de hebdòmadas lejanìas. A escaparme de junto de los padres. A tener la unidad de los cinco. A quedarme despierto hasta que regresaran (¿en què momento regresarìan, cada uno de su distancia? Hubieron de encontrarme vencido por los sueños).

"Tomaste ese lado izquierdo que aùn tengo de dìas, que me ha nacido de ese largo salir al amanecer".

Cuando todos se hayan ido a reunir en su domingo, yo estarè tomando aquel lado izquierdo que aùn tienes de dìas. Me palparàn tus ojos, y las siete palabras de tu ausencia.

Y, ni me has de ver ya.

Pero no estarè solo.

14 noviembre 2009

DE LOS LIBROS QUE NOS LLEGAN

"Cerditos de sabio rabo" de Rubén Aguilera. Me lo regaló una persona que quiero mucho hace más de un año. Lo dejé en el olvido entre los libros viejos. Hoy, buscando algún libro para leer, lo encontré. He aqui un poema que me ha gustado mucho:

AROMADAS MADERAS


Me has dejado
solo y todos me
olviden. Me has
quitado tu amor


y me seque,
desmembre
y disperse.


Tu voz me niegas
y me consuma en
sepulcral


sordera. Y me has
enterrado dentro
de ti como entre
las aromadas maderas
de un ataúd.

29 octubre 2009

AL REGRESO



Una luz en chugay, plantada en el aire, casi al ras del suelo. Silencio. Verano con sereno desbordándose del amanecer. Otra vez la luz.
Una voz nace del silencio, como un clamor:

__Esto es lo que me sucedió: Cuando esperaba que alguien aparezca en el camino. El aire frío de ésos aires que nunca había sentido. Puro aire de presentimiento.
__Ahora así es José Escobedo. Ya no es como antes, yo que he ido todo el tiempo para allá, soy testigo.


...en esos ratos que el esperar parece que se prende a la eternidad, apagando todos los siseos.
Tenía las ganas así de grandes de encontrar todo, tal como lo había dejado hace 15 años. Al menos eso tenía en la cabeza hasta ese entonces, revoloteándome. Nunca antes había tenido tantas ansias de llegar.
Solo a ti te encontré Pablo Escobedo, gastado por los años, hermano, sin ni siquiera haberte reconocido.

Y el pueblo muerto, en ruinas.


__Perdón señor, ¿qué hora es?__ dije a ese hombre que resultaste ser tú.
__Las tres y media joven.
__¿Cuánto faltará para llegar?
__El doble de las horas que hemos corrido desde allá, de donde le encontré a usted. Si vamos como vamos.
__A ya__. Y no dije nada más.
Luego sólo el sonido de los pasos de los caballos, subiendo por esos caminos.

La casa derruyéndose. Es cierto Pablo Escobedo que las casas envejecen cuando las dejan de habitar. Se van acabando, quizá de una manera más triste que todas las cosas.

__Se fueron detrás de ti. Se supo muy poco de uno, casi nada. De los otros, no se supo__ me dijiste cuando te pregunté por ellos.

Pero antes, llegando, cuando todos los que salían a mirarnos, desaparecieron como sombras en el hondo de sus casas, me animé a preguntarte, porque comencé a sentir que nos unía el hilo de la familia.
Y me dijiste: “ahora así es acá. Yo soy testigo”.

Y más después, en el largo rato de nuestro quehacer asilenciado, la voz de la madre se desprendió de allá, de la punta de donde empezaba mi edad de despedida, con el cantar de los gallos: “regresaras hijo?”... y se prendió en mi cabeza, golpeándome. Su voz que he llevado siempre, como un peso aquí en el fondo de mi corazón, corriendo por mi ser, como la propia sangre.
Las voces también pesan Pablo Escobedo, yo sé.


__Por si, ¿no conoce a una señora llamada Juana Escobedo?
__¿Del Puquio? Un poco más allá de la plaza.
__Si señor, de ahí mismo, del Puquio.
__¿Su familiar?
__Si, su hijo, señor.
__¿José Escobedo?__ me dijiste sorprendido.
__Así es señor.
__Yo soy pablo Escobedo, también hijo de ella...

...

... se fueron detrás de ti. De uno se supo a los tiempos, por boca de un hombre que, vino de tan lejos a dar el aviso que, se había muerto en un pueblo llamado “Illanlla”.
De los otros no se supo. Cogieron rumbos diferentes. Se fueron yendo uno por uno. Eso fue después que terminó todo ese alboroto acá en el pueblo, cuando casi todos terminaron por irse.

Y es que el olvido termina por acabar las cosas. acá las acabó más de la cuenta. Ese olvido que se asienta rápido por donde deja de acudir el hombre.

...En el tiempo en que se fue quedando sola la madre, la vida fue apartándola al lado de la lentitud del sufrimiento, que hace más duro el vivir. Se le fueron acabando las fuerzas de ver irse a sus hijos. Ya no las tuvo suficientes para esperar. Daba pena verle en ese desconsuelo. Viviendo, desviviéndose por los hijos que no hubo cuando regresen... “siempre esperaba que alguien al menos asome un día a decirle: Juana Escobedo, te traigo noticias de tus hijos… Ni eso siquiera.”... y así vio encadenarse los días con todo el olvido que se puede sentir en ese esperar. Cuando llegaba algún conocido al pueblo, parecía que le volvían los ánimos, viendo que era silencio para ella, sufría más.
Un hijo no puede cubrir el vacío que otro ha dejado. Eso me sucedió a mí. No fui suficiente hermano, para llenar el vacío de todos ustedes.

__Me demoré mucho en volver.


Ya clareando, se distingue a dos hombres, en el corral de una casa en ruinas. Se han callado. La luz se ha apagado. El silencio esculpe frio, silencio.

UN CUENTO




Las manos arriba Cristóbal. Es lo último que puedes hacer. Tus brazos sostenlos fuertes en el aire y en la espera; como lo hacías en los días de agosto; en las trillas, sujetando las sogas de los caballos. Ten valor, no los dejes caer, quizá así te puedan ver los que no te ven. Porque de otro modo ya no hay como. Recuerda que hace instantes tus gritos ya no han dado más allá del filo de la salvación. Y tú, que habías pensado en que podían perforar las marañas del silencio y llegar a donde pensabas. Pero no fue así. Ahora solo te quedan las señas con tus brazos. Esa es la última esperanza que puedes tener.

Eres el único que sabe de lo sucedido. (A los otros los llevaron). Has un esfuerzo en salir al camino. Yo te ayudo con el ánimo. Si vienen por allí, te encontrarán y los pondrás en lo cierto. Les dirás lo que tienes que decir: La verdad.

Mira. Arriba no saben que hacer.

Se oyen los gritos, llegan opacos como un alarido amasado en el aire, como el sonido de un golpe de tapial, llevado muchas distancias por el viento y traído casi cerrándose en la pared de la mañana, por lo distantes que están.

De más arriba han bajado los de “san Juan”. Aparecieron con la primera luz del día. Con ojos empañados los veías bajar. Tú, entre mis brazos, tendido en el suelo, quejándote. Yo todavía agarrando tu vida en la segunda luz. Tapando tu luz para que no se te salga del cuerpo.

También han bajado los del lado de “la soledad”. Han hecho un grupo numeroso. Tú no los has visto bajar, porque te diste vuelta a mirar ese lado blanco que no sabes que es, y que lo sigues viendo cada vez más cerca.

Si vienen, les dirás que de arriba del pueblo te bajaron a rastras, sin compasión. Los que te arrastraron jalaron por aquí, por estos empedrados. Tomaron estos caminos. Los otros se dividieron por otras partes, para despistar.
Por casualidad rodaste por esta ladera. Y has quedado así como estás. Te dejaron porque iban apurados, huyendo. Y por el miedo de ser alcanzados. Por eso te dejaron aquí.


Hace rato, parecía que venían varios hombres por esta dirección, pero alguien bajó a la carrera y los detuvo. Se han regresado. Seguro están acordando algo. Ojala que así sea, Cristóbal, para tu salvación.

Vendrán Cristóbal, ten paciencia para esperar.
Les dirás que vayan preparados, que yendo así, calculando, los alcanzaran por las encajonadas de “el espino”. De esos lugares no podrán escapar, porque llevan el peso de la maldad; esa es una carga que no pueden soltarla. No han de ir tan rápido. Ese peso los haiga comenzado a cansar desde que te dejaron así. Ya no han de poder con su andar.
Los de “san Juan” son ligeros por esos caminos. les será fácil alcanzarlos. Solo falta eso, que bajen y que los conciertes.


Di algo siquiera. Contéstame. No calles así; no te quedes de esa manera que a mi me da tristeza. Recuerda que yo no tengo tu voz para llamarlos. Apenas tengo valor para sostenerte así como te estoy sosteniendo en estos instantes.
Mírame, ¿no me tienes lástima? ¿a dónde iré sin ti? No tendré ganas de volver por donde has ido.


Lástima que te quedes así Cristóbal, en esa extraña manera de dormir. Sin decir nada.


Arriba, en el escampado del pueblo, en la pampa amarilla, la gente seguía aumentando, desconcertada por la desaparición. Buscando las huellas.

Los gritos llegaban casi apagados por el aire caliente. Quizá más cerca.

EL OLVIDADO



_Son los tiempos, señor.
Juan Rulfo.




Yo estoy olvidado aquí. De ese olvido que se parece a la muerte.

__¿Ves? Este mismo día reseco se repite todos los días.
Después abruptamente se enrevesa el tiempo, en la noche __yo lo noto__, y amanece un color triste en el aire. Se llena de una neblina gris que asoma por el lado de “cerro negro”, y se asienta por todas las partes del pueblo. La mayor parte de la tierra reseca se colma de esa vida minúscula que trae la humedad. Vienen las lloviznas y están interminables, días enteros.

A mí me mata el frío en esos días. Me estoy encerrado; oyendo esas voces que salen no sé de donde. Luego me acuerdo que son los rumores de los que estuvieron aquí hace años. Esos rumores que han quedado en alguna parte del pueblo, y que vienen exhalando por una rayita de las ranuras del tiempo, rebullendo hasta hoy. El silencio los trae. Y me da miedo salir, y encontrarme con el silencio.
Afuera se oyen pasar pisadas como de caballos. Se oyen hundir las pisadas en los charcos del barro.
Cuando la llovizna se levanta, con sus colores opacos, yo salgo.


“Me acuerdo del tiempo de allá. El maíz se hacía amarillo. Venía el viento y las hojas resonaban como el último sonido de esas piedritas azules que tirábamos contra las piedras grandes del río”...


Cada tiempo, alguien se va. Yo no sé porqué rumbos se irán.
Esta vez me fui yo, porque no alcanzaron las fuerzas para soportar lo que soporto. El olvido. Tuve que regresarme porque según vi, el camino era muy largo. Siempre las planicies, y los cerros, y las travesías y ese color rojo que nunca me soltaba, hasta el regreso, y el silencio infinito que es lo que mas se siente en el camino, como algo vivo que te está mirando siempre, y no deja de mirarte nunca. Pero nadie se dio cuenta que me fui, y que regresé.

Y ahora que estoy más olvidado, de ésta parte que nadie logra verme; me gusta ver que juegan los niños en la última luz de la tarde. Y que sus gritos del juego interrumpen la soledad pesada que cae en el pueblo. A mí me entran las ganas de jugar, pero no tengo con quien.
A esa hora que parece que el pueblo se absorbiera toda la luz de la tarde. Cuando me olvido que soy yo, pienso que puedo salir de este olvido que se ha llenado en mí. Luego viene la noche y se oye el ladrar de los perros en el centro del silencio. Se me quitan las esperanzas. Y estoy mirando largas horas el lucero de la noche que parpadea en el fondo del cielo, hasta que venga el sueño.

A los tantos tiempos se asomó por acá por donde estoy, Pedro. A mi me sorprendió.
__Qué haces allí Juan, en ese sitio excusado. Hablando solo?.
Te diré que me causó susto, porque ya me había acostumbrado a vivir como vivo, sin hablar a nadie.
Y es que yo prefiero hablar para acompañarme. Para no sentirme tan solo.
Al ver que me había quedado mudo del susto, se fue.


Debe de haber algún lugar más allá, a donde irme. Aunque sea en el confín de alguna parte. Cuando pasan los pájaros por el cielo enrojecido del crepúsculo, empujados por el mirar de la tarde, pienso en eso, en irme.
Y en cuanto desaparecen por la lejanía de los horizontes, termino pensando que debe ser igual en algún otro lugar. Y me acuerdo de las travesías, del camino, y ya no me dan ganas de irme.


...“En la planicie, después del viento, el silencio se empareja. Me gusta quebrar las cañas y me siento a chupar el zumo en la cabecera de la chacra. Se sigue oyendo el sonido de las hojas del maíz. Y me gusta ver como se deshace la luz, allá, en la planicie”...


Por las noches llega el viento de algún lugar y golpea fuerte las paredes de la casa.
Yo me quedo sin sueño, oyendo aquellos golpes. No digo nada. Ya cerca al amanecer cuando el viento deja de rasguñar las paredes y se alza, haciendo crujir el techo, se oye el sonido de mi respiración, como de una persona que no fuera yo; y el pasar de mi saliva se parece al agüita que corre rápido haciendo sonido por la acequia del lado de la casa. Pero yo sigo quieto, sin moverme, no vaya a ser que la noche sienta que me muevo y dé aviso al viento, y vuelva, como ha hecho varias veces. Por eso me estoy quieto, hasta que esté muy lejos, cruzando el amanecer, por otros sitios.


...“Mis ojos la miraron a través del cuadro de la tarde, largo rato.
__¿Por qué estas callada?.
__No. Estoy como siempre. Recuerda que así me pongo cuando vienen los que siempre vienen.
Tienes que irte ya. Allá tienes mucho que hacer.
__Si.
Luego caía un silencio en sus labios. Y ella era la que se iba
primero. Daba un paso, luego otro y se iba alejando por el cuadro de la tarde”...

__...“Y una vez me alejé yo, para siempre por el cuadro de la tarde”...



Y es también por esa época que aparecieron hombres, venidos de mas allá de esas interminables distancias, de alguna parte, con cosas que hacían temblar al pueblo. Yo creo que el viento y la noche se pusieron de acuerdo para traerlos. Y así aparecieron aquí, paridos de la noche y del viento. Hubo movimientos en esos días, ruidos, apuros. Se las dieron por romper “cerro negro”. Y lo dejaron como está, en ruinas. Uno no entendía nada de esas extrañezas. Se oyó hablar mucho de dinero. De minerales.

Después de tiempos se fueron. Dejaron todo como ves, empobrecido.

Y quedó este otro olvido que se parece a mi olvido.

OBLEAJE ESPEJADA


Aquella persona estuvo olvidada de mí y despertó a letargos, en junio, de pena. Desde entonces a vuelto como a vivir. Y está como lejana de frente y como cavilativa de perfil. En los días que se abren a las tres de la tarde, auscúltase y suele estar lejana como de frente y de perfil como cavilativa.


En los crepúsculos llega a mis planiciadas nostalgias, y es más donde debe estarse triste. Y otros más, ilesamente llega a las llamas de mi olvido, donde cada atardecer incéndianse blancas piedades.


A veces llama de soledosos gualdos. No respondo, porque de tanto silencio de ella, yo también suelo vivir de frente como lejano y de perfil como cavilativo.